Durante los últimos días la humanidad se ha conmocionado con el divorcio de Angelina Jolie y Brad Pitt. El mundo como lo conocíamos terminó, vivimos una mini entropía, y con ella llegaron todas las teorías, explicaciones y evidentemente: las opiniones. Sin embargo, la más acertada, me la dijo una amiga que estaba pasando también por una separación: “Si ellos no pudieron, ¿qué nos depara a los demás mortales?” Lo dijo de broma, pero al final del día, no pude evitar ver la verdad que se colaba entre sus palabras. ¿Es éste el pájaro de mal agüero que viene a declarar lo que todos sentíamos, pero teníamos miedo de verbalizar? ¿Estamos no sólo frente al fin de otro matrimonio, sino en el fin de la institución como tal? ¿Se avecina el fin del matrimonio?
Yo me divorcie hace año y medio. No puedo decir que ha sido miel sobre hojuelas, pero no me puedo quejar, he tenido una separación muy digna. Y he notado que esa ha sido una de las partes más difíciles de mi separación, explicarle a la gente que estoy bien, por mi divorcio, no a pesar de.
Por alguna razón les implota la cabeza cuando me ven tranquila y les explico que divorciarme cordialmente ha sido mi manera de honrar una relación de seis años con una persona a quien ame profundamente. Que salirme de mi matrimonio, no fue emprender en un fracaso, fue reconocer el fin de una etapa en mi vida y el comienzo de otra. Así de sencillo. No era una maldición, era una transición.
Me di cuenta que entre más lo tomaba con la filosofía que pide un proceso, más me cuestionaban. Cómo si mi decisión por hacer las cosas bien fuera porque quería encubrir alguna razón morbosa o sospechosa detrás de mi separación. Que hacerme la cool, significaba que estaba escondiendo muchos huesos en el armario. Me encantaría, en calidad de escritora, tener una escandalosa narrativa detrás de mi divorcio, llena de intriga y misterio, pero les quedo mal chavos. Se las debo.
La gente tiene ésta idea retorcida de que si durante una separación, no hay sangre, drama, depresión, vendas en las muñecas, psiquiatras, golpes, fármacos, desordenes alimenticios, amantes, excesos, culpas, y desequilibrio total, no hubo amor. Estamos terriblemente acostumbrados a un concepto muy old school, totalmente deschavetado y melodramático del divorcio. Creo que ya no debe ser así, cómo bien explica Louis CK, el divorcio siempre es una buena noticia, ningún matrimonio feliz ha acabado en separación.
Hace poco en una comida, me preguntaron que si me volvería a casar y por primera vez respondí: “No sé.” Normalmente contesto que tendría que estar en esa situación para poder tomar esa decisión (ya saben con el hombre perfecto hincado frente a mi y la aurora boreal como paisaje al fondo, #sitú.) Pero sí bajo mi premisa de vida: cuando llegue a ese puente, lo cruzaré. Para mi sorpresa, inmediatamente recibí una respuesta que me aventó a la dimensión desconocida: “¿Por qué no? Si eres una buena persona. Lo mereces.” No contesté más que una sonrisa tiesa y unos ojitos de venado lampareado. Sin palabras, pero me quede pensando en la lógica de éste hombre: soy buena persona y merezco un matrimonio. Gracias de todo corazón por los buenos deseos, pero ah caray. Yo quiero merecer la manifestación de amor, no matrimonio.
Me di cuenta a raíz de ese incómodo intercambio, que ya no creo en el matrimonio, (de hecho profeso la escandalosa y anunciada muerte del mismo). Ahora creo más bien en la personalización del modo relación, aunque me perciban como anarquista enloquecida. Que a cada quien lo que le acomode, especialmente en éste tema. Me he vuelto abogada de las relaciones custom made. Relaciones hechas a la medida. Cómo quien va al sastre y pide que le adecuen un traje. Súbele a la comunicación, métele a la exclusividad, córtale a los compromisos en pareja y listo. “Mira mamá, ¿te gusta? Me mandé a hacer una relación.”
O cómo mencionó otra amiga, "¿Me da un marido alto deslactosado, con dos de romanticismo y un poco de dinero por favor? Caliente. Gracias."
Ojo, no voy en contra del “y vivieron felices por los siglos de los siglos”, ni estoy convocando a un divorcio colectivo en la plancha del Zócalo. No me paro, en activista radical, con pancartas afuera del registro público, tratando de evangelizar a las parejas que llegan. Sólo creo que lo que le funcione a cada quien es el plato del día. Ya sea envejecer juntos en una cabañita en el bosque, con geranios en el porche y chocolatito caliente o renovar contrato de matrimonio cada determinado tiempo, como quien revisa su contrato de renta. Ahí si que, cada quien sus cubas. Simplemente creo que de ahora en adelante, vamos a toparnos con un tema de relaciones de autor y hay que estar abiertos. Los solteros en las propuestas, los casados en las sobremesas.
Creo que la importancia de la separación de la pareja real de Hollywood, esta en poner el concepto de divorcio de nuevo en la agenda, pero bajo otra luz. No como un golpe de mala suerte, pero como algo que le pasa a dos adultos exitosos, inteligentes, atractivos, con hijos, en pleno siglo XXI. Cómo algo que sucede y ya, sigamos con nuestras vidas.
En cuanto a la pregunta de mi amiga, ¿qué nos depara a los demás mortales? Entender y prepararnos. Entender que los tiempos están cambiando. Que ya hay una ruptura entre nuestros conceptos más arraigados y que el cambio es la única constante. Y prepararnos, para recibir lo que venga con madurez, con sensatez y con tantito humor. Porque por más que queramos agarrarnos con todas nuestras fuerzas a arquetipos convencionales, la corriente empieza a tirar con fuerza en otras direcciones, y les anticipo, son varias. Hay que alistarnos, porque nos van a sacudir un tema controversial, uno que creíamos tener muy definido, que además tiene muchas ramificaciones. Nos van a cuestionar la base de las familias como las conocemos, nos van a hacer preguntas sobre nuestro concepto del amor, de la vida en compañía, de la educación de los hijos, bueno hasta de los matrimonios por conveniencia. Así que: brace yourselves, winter is coming, so go buy a fucking coat.